Historias de un paraguas de colores.
No supimos amarnos.
La noche anterior y como era habitual Marta y Carlos habían estado hablando por videoconferencia, vivían en ciudades diferentes y gracias a las tecnologías cada noche podían compartir un trocito de sus vidas y contarse como les había ido el día, a Carlos no le terminaba de convencer eso de tener una relación a distancia por lo que a veces se comunicaba de una forma muy impersonal.
--Me apetece verte, --dijo Marta.
--Pués ya sabes donde estoy...
--Quieres que nos veamos mañana?
-- ¿Mañana?, ¿no trabajas?.
--No, tengo un par de días libres.
--Vale, pues ya me dices a que hora llegas y dónde voy a buscarte.
--Genial!!, vamos hablando mañana nos vemos Amore.
Marta siempre llamaba Amore a Carlos, cuando sentía mariposas en el estómago.
--Estupendo,voy a ver si me hago la cena y me acuesto temprano que estoy cansado.
Carlos solía decir eso cuando ya no quería hablar más y daba por terminada la conversación.
El viento de la noche asusta y Marta empezó a sentirse en el frío del alma,algo le decía que le quedaba un telediario a su relación pero ella estaba dispuesta a poner toda la carne en el asador, pasase lo que pasase. Carlos llevaba una temporada muy distante, había pasado de su alegría relajada a una tristeza disfrazada de calma aparente que sin embargo a Marta la hacía sentir como si fuese un "mientras tanto" en la vida de él. Deseaba transitar junto a Carlos ese momento de su vida y que poco a poco volviese la conexión inicial que hubo entre ellos, apoyar y cuidar del otro era para Marta un valor fundamental en cualquier relación y tratándose de su amor con mayor motivo.
Llegó a Madrid en un vuelo exprés solo con lo puesto, con la ilusión como equipaje porque su único objetivo era el de abrazar a Carlos. Deseaba sentirse en su piel y disfrutar de sus besos. Había mucha química entre ambos y el sexo que disfrutaban no tenía desperdicio para ninguno de los dos. Besos juguetones y apasionados, caricias curiosas que terminaban revelando una respuesta oculta que no podía permanecer más tiempo en silencio, tocaban el cielo con la punta de sus dedos entrelazados para luego permanecer abrazados sintiendo el latido de sus corazones.
Con paso acelerado Marta buscaba la puerta de salida del aeropuerto y mientras caminaba, sonó el teléfono móvil, era Carlos.
--¿Nos vemos dónde siempre?
--Sí cariño, salgo ahora del aeropuerto,en media hora nos vemos. Qué ganas tengo!!
--See you --dijo Carlos.
Marta sintió un pellizco de desconcierto, pero se recordó a sí misma que Carlos no era precisamente demostrativo en sus afectos fuera de la cama y era poco probable que cambiase de conducta. No pasa nada le dijo su voz interna, cada uno es como es.
Las luces de las farolas y los adornos luminosos tomaban protagonismo frente al pálido resplandor natural del mes de Diciembre pero a Marta le parecía maravilloso estar allí y compartirse durante unas horas con su amor. Para ella la navidad volvía a ser blanca y alegre, se sentía como unas castañuelas y estaba dispuesta a demostrárselo a Carlos, de hecho, no había pensado en otra cosa durante todo el viaje, y una sonrisa pícara se dibujó en sus húmedos labios.
La voz del taxista indicando que ya había llegado a su destino, interrumpió los pensamientos de Marta que sin darse cuenta la había mantenido absorta de la realidad.
--Uy, que rapidez! --exclamó sonriendo.
Bajó del taxi pero Carlos no estaba esperándola, no pasa nada pensó, seguro que yo he llegado antes de tiempo y en cinco minutos vendrá, aprovechó la ocasión para fumarse un cigarrillo y así entretenerse en la espera.
El tiempo iba pasando y con él llegó el segundo cigarrillo, algo va mal dijo en voz alta, Carlos siempre había sido puntual,y se estaba empezando a inquietar por la tardanza, no quería llamarle al móvil porque suponía que estaba conduciendo, así que le mandó un mensaje de voz.
--Cariño hace un ratito que he llegado, por dónde vas tú?
Pasados 10 minutos recibió contestación por whatsapp -- estoy llegando, vale?
Uff, que mal rollito... pensó, y de repente empezó a sentirse como un globo pinchado que va perdiendo el aire.
Secuestrada por su propio desaliento y mirando sin ver, no se dió cuenta de que Carlos le estaba haciendo señales con las luces del coche, dos toques cortos del claxon hicieron reaccionar a Marta, al verle sus ojos se volvieron a iluminar y mientras caminaba hacia el vehículo sonreía como solo se hace cuando el corazón late a mil por minuto.
Carlos no bajó del coche, en esa ocasión ni siquiera se quitó el cinturón de seguridad, no hubo abrazo y el beso soñado se convirtió en un huevo sin sal.
--¿Qué tal el viaje? --mencionó Carlos mientras maniobraba marcha atrás para salir.
--Ya sabes, cansada, pero ¡ya estoy aquí que es lo que cuenta!.
-- Podíamos ir a dar un paseo y tomar algo, me apetece estirar las piernas.
--Como quieras, pues dejaré el coche en el parking y nos vamos.
--¡ Vale!
Estuvieron paseando por la plaza Mayor y curioseando en alguna de las casetas que se instalan por navidad en Madrid. Adornos para el Belén, turrones caseros, todo un mundo de colores y sabores que invitaban al disfrute genuino de cuando eramos niños y los ojos se nos llenaban de estrellitas de ilusión.
Aprovechando el gentío y los empujones Marta cogió la mano de Carlos , a ella le gustaba mucho pasear de ese modo, llevando el mismo paso, dos pares de pies y un solo ritmo. Aunque en esa ocasión la mano de él parecía estar hecha de pasta de boniato así que Marta se tragó las ganas y le soltó.
-- ¿No estás agobiada de tanta gente?.
-- Un poco, pero es lógico, es Madrid y es Navidad.
--¿Nos vamos?.
--Como quieras.
De vuelta a casa
no cruzaron palabra, el silencio ya decía bastante, Marta observaba con el
rabillo del ojo la expresión de Carlos que no dejaba lugar a duda el tipo de monologo
interno que experimentaba en ese momento. El espacio entre los dos crecía cada vez más y no solo por el hecho de que caminasen con la
suficiente distancia física como para no tocarse ni por casualidad, sino porque
la mayoría de veces nos sentimos mal cuando no somos capaces de expresar
nuestra esencia, cuando no encontramos las palabras correctas para transmitir
al otro nuestra verdad ahogándonos en lo
no dicho.
Una energía
pesada empezó a manifestarse en el cuerpo de Marta, su cabeza parecía una jaula de grillos en pie de guerra y unas pronunciadas ojeras se
hacían cada vez más visibles bajo sus ojos. Esto le sucedía por la tendencia
inconsciente a mimetizarse con los estados de ánimo ajenos haciendo suyo algo
que no le correspondía. Este defecto de fábrica provoca un desgaste emocional considerable
para las personas que lo padecen y se debe trabajar mucho la no identificación
con el otro, algo así como mandarle a tomar
viento pero con amor.
Para Marta,
Carlos era un libro abierto, de hecho cuando empezó a conocerle un poco mejor,
le dijo que él le recordaba a ella unos años atrás, es lo que tiene hacer de
espejo del otro, el ego y lo no resuelto suelen ser reflejados y ¡cómo no!, no
está en nuestra naturaleza querer verlo.
La casa de
Carlos estaba como siempre, olía a incienso y todo estaba en el lugar que le
correspondía.
--¿Te apetece
cenar algo? --preguntó Carlos
-- No, gracias,
pero sí tomaré un vinito blanco.
-- Tienes dos
botellas en el frigo, que sepas que he salido antes del despacho para ir al
súper y comprarlo.
--En serio?, contestó
Marta en el mismo tono juguetón que él.
--Sí, si…
--Bueno, sólo me
quedaré un día así que no creo que acabe con las dos botellas.
--Ahí se
quedarán hasta que vuelvas.
Marta no se lo
pensó dos veces y le plantó un beso de tornillo en toda la boca, descubriendo en
ese instante la total aceptación del hecho.
Nota de la autora.
¿Cómo crees que
terminará el relato?
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