El baile de la señora Sabiduría y el señor Conocimiento
Los cuentos son la licencia que nos permite transitar un estado de ánimo concreto, o varios...aunque sea común asociar los cuentos a los niños, la verdad es que es una herramienta de aprendizaje muy valiosa y creo que puede ser igual de eficaz con independencia de la edad que se tenga ya que el cuento es fundamental para la estructuración del pensamiento y la elaboración de ideas sobre cómo funciona el mundo en el que vivimos.
Como ya sabemos en ocasiones el mundo que nos rodea puede estar repleto de complejas variables, incertidumbres o inconclusas situaciones... - (como la que en estos momentos estamos experimentando y que no me apetece nombrar por cansancio y saciedad). Los cuentos permiten simplificar esta complejidad y a todos, niños y adultos nos ayuda a sentir algo más liviana la realidad. Los cuentos están ahí para hacernos reír, llorar, explorar, construir y conquistar otros mundos y realidades. ¿ Quién no ha soñado alguna vez con ser el héroe de un cuento?. ..
En esta ocasión os comparto un cuento que me parece muy apropiado para intentar ahora más que nunca si cabe, darnos cuenta y aceptar quienes somos cada uno de nosotros y que misión tenemos como seres humanos individuales. Puede que estemos confinados en casa por motivos de seguridad pero no estamos divorciados de la vida ni menos de nosotros mismos...con alas o sin ellas seguro que tú tienes la llave correcta que abre la jaula del pensamiento.
Descubre una forma distinta de verte a ti misma y sobretodo recupera el valor que tienes per sé, no quieras ser quién no eres porque si todos fuésemos iguales el mundo sería bastante más aburrido.¿ No te parece?
Disfruta el relato.

Érase
una vez un hermoso pajarito azul que vivía en un árbol que crecía altivo en la
cima de una montaña. Desde ese privilegiado lugar se veía el mar y se podía
escuchar el sonido de las olas batiendo contra las rocas, disfrutar de la
penetrante brisa marina, y contemplar cada noche un enorme sol naranja
sumergiéndose en las aguas hasta la llegada del nuevo amanecer.
Además de esas impresionantes vistas, el pajarito azul
disfrutaba de las ventajas de ser ave. La mayor de todas era que podía ensayar
un montón de acrobacias en el aire, pero también hacer cosas muy chulas como
atrapar bichitos al vuelo o, en los meses de verano, revolotear entre las
esponjosas y húmedas nubes para quitarse el calor y volver fresquito al nido.
Curiosamente, aunque
su vida parecía envidiable, el pajarito azul no se sentía plenamente feliz. Él
tenía un sueño, y ese sueño, tenía que ver con algo
inalcanzable para él. Lo que más anhelaba, lo que más deseaba en el mundo el
pajarito azul, era aprender a nadar. Por esta razón, mientras sus amigos
disfrutaban picoteando cerezas o haciendo carreras en las praderas cercanas, él
se pasaba horas viendo las volteretas que a lo lejos, hacían los delfines.
Completamente pasmado, se
repetía una y otra vez:
– ‘¡Cuánto me
gustaría haber nacido pez!… Si pudiera cambiar mis alas por aletas no me lo
pensaría dos veces.’
Tanto se
obsesionó con la idea que llegó un momento en que perdió interés por todo lo
que le rodeaba. El pajarito azul dejó de comer y poco a poco se fue quedando
pálido, flacucho, sin fuerzas. Su madre, muy preocupada, le
advirtió:
– Hijo mío, no
puedes seguir así. Deberías estar pasándotelo bien con tu pandilla y no todo el
día metido en casa sin hacer otra cosa que mirar el mar. Tú eres un pequeño
pájaro y nunca podrás nadar ¿Es que no te das cuenta?… ¡Anda, ve a dar una
vuelta que hace un día espléndido!
Aunque estas palabras
tenían la intención de animarlo no sirvieron de mucho; al contrario, el joven
pajarillo se sintió todavía más deprimido y, en cuanto su mamá se alejó, se
puso a llorar amargamente sintiendo que nadie en el mundo le comprendía.
En eso estaba
cuando una gaviota de pecho blanco que pasaba por allí se posó a su lado y le
dio unas palmaditas en el lomo con una de sus robustas patas amarillas...
– ¿Se puede
saber qué te pasa, pequeñajo? Por tu tristeza deduzco que estás metido en un
problema bien gordo.
El pajarito
azul la miró de reojo un poco avergonzado.
– No sé si es
un problema, pero lo cierto es que me siento fatal.
La gaviota se
sentó, dispuesta a escuchar la historia.
– No tengo nada mejor que
hacer así que soy toda oídos. Si compartes conmigo eso que tanto te agobia
quizás pueda ayudarte.
El pajarito
seguía sin apartar los ojillos encharcados en lágrimas del infinito mar azul.
Por fin, fue capaz de soltar todo lo que llevaba dentro.
– ¿Ves lo
increíble que es el océano? ¿Y ves lo cerquita que está?… Desde que
nací mi gran ilusión es aprender a nadar.
– ¿Ah, sí?… ¿Y
por qué?
– Para saltar
las olas, para comprobar si el agua es tan salada como cuentan, para flotar
boca arriba como un tronco a la deriva… ¡y para explorar el fondo en busca de
corales!
La gaviota sintió mucha
lástima por él y se mantuvo en silencio durante unos segundos. ¡No pedía poca
cosa el muchachito! Finalmente, decidió opinar.
– Aunque no me
creas, te aseguro que puedo entender tu frustración: eres un pájaro que quiere
nadar y no puede nadar… ¿No es así?
– Sí, y por eso
yo…
– Escúchame bien lo que te
voy a decir: todos los seres del mundo, del más pequeño al más grande, tenemos
un montón de virtudes, pero también algunas limitaciones que debemos aceptar
con naturalidad. ¿Es que nunca te has parado a pensar sobre ese tema?
El pajarito
azul se sintió bastante apurado.
– La verdad es
que no mucho.
– Pues no
tienes más que fijarte en los demás. Por ejemplo… ¡mira hacia ahí! ¿Ves
esos humanos que pasean descalzos por la playa? ¡Dicen que son los seres más
inteligentes del planeta Tierra! Poseen un cerebro tan desarrollado que son
capaces de construir sofisticados cohetes que atraviesan el espacio y se posan
en la Luna, pero ¿sabes una cosa? ¡Jamás podrán volar por sí mismos como
nosotras las aves, ni correr a la velocidad de los guepardos, ni saltar de rama
en rama al estilo de los gorilas!
El pajarito
azul se relajó un poco, fascinado por la explicación de la sabia gaviota.
– ¿Y qué me
dices de nosotros los animales? ¡Todos tenemos capacidades diferentes! Los
peces saben mejor que nadie cómo es el mar, pero nunca conocerán el placer de
saborear un arándano. Los topos pueden excavar los más largos túneles, pero
están condenados a vivir en la oscuridad cubiertos de polvo. ¡Por no hablar de
los elefantes, siempre arrastrando toneladas de peso allá donde van!… En
cambio tú puedes comer fruta fresca, disfrutar del aroma de las
flores, bailar sobre la brisa porque eres ligero como un pedacito de algodón…
El pajarito
empezaba a comprender lo que su nueva amiga quería transmitirle.

Las palabras de
la gaviota calaron hondo en el corazón del pajarillo que, por primera vez en
mucho tiempo, empezó a sentirse afortunado de ser quién era.
– ¡Tienes razón!
La naturaleza ha sido generosa conmigo y por culpa de mi cabezonería me
estoy perdiendo muchas cosas.
La gaviota no
pudo evitar inflar el pecho de satisfacción.
– ¡Me alegra
que hayas captado la idea! Estaría genial que te centraras en lo que se te da
bien, en lo que puedes hacer. Todos tenemos talento para algo y las aves
azuladas sois unas cantoras excepcionales.
La gaviota no
mentía: a excepción de los jilgueros y los ruiseñores, ningún ave en muchos
kilómetros a la redonda podía presumir de un trino tan suave y afinado.
– En la escuela
de música que hay junto a la cascada imparten clase los mejores profesores de
la zona. Se me ocurre que podrías recibir lecciones de canto un par de días por
semana y entrar a formar parte de un coro.
En la cabecita
del joven pájaro empezaron a surgir nuevos planes de futuro.
– No es mala
idea… ¡Quizá pueda perfeccionar mi técnica vocal para llegar a ser un gran
tenor!
La gaviota se
alegró al ver que el pajarito azul iba recobrando la ilusión.
– ¡Bravo,
amigo, esa es la actitud! De todas maneras, hay una cosilla más que debes
aprender hoy.
El pajarito
azul la miró intrigado.
– ¿El qué,
amiga gaviota? ¿A qué te refieres?
– Has entendido
que debes aceptar tus limitaciones ¿verdad?
– Sí, gracias a
ti, ahora lo sé.
– Y ves claro
que nunca podrás bañarte en el océano ¿no es cierto?
– ¡Con una
claridad meridiana!
– Muy bien, veo
que eres un chico listo, pero…
– ¡¿Pero qué?!…
– Pues que
yo me refería a que no podrás hacerlo tú solito.
– ¿Cómo?… ¿Qué
insinúas?…
– ¡¿Para qué están
los amigos?! ¡Venga, súbete a mi lomo que nos vamos de aventura!
¡El pajarito
azul se volvió loco de contento! Sin pensarlo saltó sobre la gaviota y se
agarró lo más fuerte que pudo a las plumas de su nuca. Casi no le dio tiempo ni
a tragar saliva antes de escuchar el aviso de salida:
– ¡Tres!…
¡Dos!… ¡Uno!… ¡Despegue!Cuando su amiga
cogió velocidad y empezó a volar montaña abajo como si fuera un torpedo,
el pajarito azul empezó a gritar entusiasmado:– ¡Ahhhhh!…
¡Uhhhhhh! … ¡Esto es alucinante!
Antes de que
pudiera darse cuenta ya estaba ahí, sobrevolando el ancho mar, respirando el
fuerte aroma a sal, y notando el corazón galopando dentro del pecho como un
caballo desbocado.– ¿No querías
sentir el océano?… ¡Pues vamos a verlo todavía más cerca!
La gaviota dio
un giro sorprendente y batió las alas como una loca. Seguidamente, y con una
destreza digna de una deportista de élite, se situó a ras de agua, puso
las alas en forma de cruz, y empezó a deslizarse con las patas sobre la
superficie como si estuviera haciendo esquí acuático. ¡El pajarito
azul estaba completamente fascinado! – ¡Yupi!…
¡Yupi!… ¡Esto es genial!
Por fin, cuando
parecía que la emoción había llegado al límite, hubo una última sorpresa: la
gaviota se zambulló sin avisar dentro del agua y buceó unos segundos para que
su pequeño amigo pudiera disfrutar del silencioso e increíble mundo natural que
escondía el fondo del mar.
Nadie puede
imaginar lo que esa increíble experiencia supuso para el pequeño pájaro azul.
Había cumplido su sueño gracias a la bondad de una desconocida gaviota blanca
de patas amarillas que se cruzó en su vida en el momento que más lo necesitaba
¡No podía sentirse más dichoso!
De vuelta en el
nido, la abrazó muy fuerte.
– ¡Tanto tiempo
esperando este momento!… No existen palabras suficientes para agradecerte lo
que acabas de hacer por mí. ¡Has convertido mi día más triste en el más feliz
de mi vida!
– ¡Paparruchas,
no hay nada que agradecer! Fue un placer compartir un momento tan mágico
contigo, pero espero que a partir de ahora te aceptes tal y como eres. La vida
está para disfrutarla, nunca lo olvides.
– Lo haré,
amiga, lo haré.
– En fin, debo
irme. Si algún día te apetece bajar hasta el mar y pasar un buen rato, silba
fuerte y vendré pitando ¿de acuerdo, pajarillo marinero?
– ¡Eso está
hecho!
Sin decir nada
más, la gaviota le guiñó un ojo y emprendió el vuelo. Mientras se
alejaba, el pajarito azul notó cómo una lágrima de felicidad resbalaba por su
mejilla. Se la secó con su alita, suspiró profundamente, y abandonó el nido.
¡La escuela de música le estaba esperando!
Gracias por tu tiempoMercedes Félix.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por dejarme tu respetuoso comentario.